El oasis nudista

No tiene nada que ver con la religión católica, de hecho es la culpable de muchísimos de los “monstruos” que se esconden en el armario de nuestros pensamientos, pero la idea de un Adán y una Eva libres de toda connotación cultural; sin impurezas, ni de serie, ni heredadas; sin carga social; sin pecado, ni original, ni venial, ni mortal; sin constructos sobre el cuerpo; sin inmoralidades; sin prejuicios; sin culpas; libres... esa apreciación es la idea que más comulga con el nudismo.

Iniciarse en el nudismo es abrir la puerta de ese paraíso primigenio.

Y cuando ya has entrado, ya no eres la misma persona. Se rompen cadenas, se derriban muros, se remueve la tierra a tus pies. Los cánones de belleza, que tanto hemos perseguido, dejan de ser referente y nos liberamos de su presión. Aprendemos a querernos y a limpiar todo tipo de apreciaciones, impuestas y autoasumidas, hacia nuestros cuerpos. Nos liberamos de una pesada carga en forma de consigna social. Nos escuchamos, nos reconocemos, nos queremos.

Y cuando, desde ese trabajo de introspección, conectamos con los demás (que también han realizado esa limpieza mental), cuando entramos en un entorno nudista, enseguida notamos ese clima de respeto, de igualdad (en el sentido más extenso de la palabra), de sintonía, de empatía. Vemos la belleza en la diversidad de los cuerpos y en la naturalidad de sus expresiones.

El nudismo crea espacios armónicos donde los sentidos se agudizan para apreciar el sol en nuestra piel, la sensación de sumergirse en el mar, la calidez de la arena, el olor a sal, a pino, a lo que quiera que llegue a nuestra pituitaria, y todo sintiéndose parte de ello.

El nudismo en general y nuestra asociación en particular proporcionan un oasis de seguridad para todos. Un espacio donde encontrar respeto y compromiso mutuo para disfrutar del verdadero paraíso, de tu propio yo, y de los demás, y eso sí, de la forma más natural. En el oasis nudista todos somos igual, todos sentimos igual, todos palpitamos igual.